domingo, 3 de enero de 2010

CUENTO CORTO: LA MITAD DE SU MUERTE. (Autor: Alfredo G.O.).

Era una esquina muy familiar, había recostado su cuerpo en la pared y sintiendo que no tenía ningún apoyo de nadie había doblado su pierna izquierda para conseguir aunque sea ese último apoyo. Lo había pensado bien y la decisión era correr sin abrir los ojos, no dejaría nada que explique porque lo hizo. Mandó el mundo a la mierda y corrió al paso de una camioneta que en ese trayecto adquiría inusual velocidad. Sintió un golpe seco, voló y extrañamente no sintió dolor. Cayó a diez metros y se estrelló contra un árbol. Luego de convulsionar brevemente reposó en tierra y recostó su cabeza como para dormir. Hubo un revuelo, algunos gritos y comentarios. Los vigilantes del hotel comentaban que les pareció raro verlo recostado y pensativo pero que tenía un aire apacible que los tranquilizó. La camioneta detuvo su marcha con un chirriar de sus llantas y su conductora llamó por su celular inmediatamente a su abogado. Puta madre imprecó, apareció con intención semisuicida, necesito que vengas. Estoy en San Borja, entre la Avenida San Borja Sur y Las Artes. Aparecieron las unidades del Serenazgo y la policía. Algunos fueron en dirección de la 4x4 mientras que otros fueron a ver al atropellado. El señor vestía un pantalón de dril verde y camisa crema manga corta. Calzaba unos zapatos bastante gastados sin calcetines. Su cara estaba descansando en la yerba sin signos de vida. Cuando quisieron moverlo le faltaba la otra mitad de su cara. El accidente le había arrebatado casi exactamente la mitad del cráneo, era un semiespectáculo. Algunos serenos vomitaron, otros se quedaron paralizados por la escena. Y los policías curtidos simplemente expresaron, a la mitad de su vida lo dejan con la huella de solo la mitad de su vida, la mitad de su cara.
No había documentos que lo identificaran, él deseó que su último recorrido fuera a la morgue y después de varios días su familia lo encontrara.
Uno no se muere la mitad. Se muere entero. Pero uno sí puede dejar su vida a la mitad. Le faltó hacer muchas cosas. Terminar una partida de ajedrez en su Palm, revisar su correo electrónico, contestar a algunos de ellos, tomar algunas fotos, editarlas, escuchar algunas canciones, jugar con su sobrino, llamar a algunos amigos, leer algunos libros, escribir algunas líneas, hacer crucigramas, depositar algunos cupones para sorteos, dar de comer a las palomas, dormir varias veces, cantar en los karaokes, conversar con su hijo sobre tecnología, revisar la mitad de su vida, recordar la mitad de sus errores, perdonar la mitad de las ofensas, odiar a la mitad de sus enemigos, extrañar a la mitad de sus amores, estremecerse por la mitad de sus temores, respirar con la mitad de sus pulmones, ver con la mitad de su retina, y gozar con la mitad de sus pecados.
Él no había planificado morirse así, tan mitad. Pero su hemicara yacía apacible. El plan, premeditado muchas veces, había respetado extrañamente el perfil derecho, él que ofrecía a los demás una sensación de tranquilidad a medias, una apariencia de semidescanso. Dejó la vida a medio camino, tomó la muerte a media tarde, se portó medio valiente o medio cobarde. Lo lloraron la mitad de sus amigos, se extrañaron la mitad de sus pacientes y cuando lo cremaron hicieron sólo la mitad del trabajo, la otra mitad ya la había hecho él.

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