Habíamos ido un grupo de compañeros de la promoción de Medicina de Cayetano a un mitin político. Además de este escribidor había ido mi compañero Guillermo Bravo y otros. El mitin era multitudinario. Los adeptos aplaudían y rugían con los estribillos que el director de barras vociferaba con el micrófono. Nosotros sentíamos emocionados la efervescencia de la pléyade. En eso apareció el orador principal y el mundo explotó en aplausos interminables, cánticos. Era un Dios que venía a redimir al mundo y era obligatorio celebrarlo. El orador inició su discurso con un "Queridos..." y la gente gritó ¡¡¡Bravo¡¡¡ y por lo menos cinco minutos de aplausos y barras. Continuó, "...Compatriotas..." y la multitud nuevamente al ataque con otros cinco minutos de ebullición. El orador prosiguió,"...esta...". Y para no aburrirlos, el líder, a duras penas pudo completar en casi cuarenta minutos, "...noche empezamos la revolución de las conciencias, etc,etc...". El público se calmó y ya el orador pudo expresarse más fluidamente. Entretanto se me perdió mi amigo entre la multitud, él era bajito y empecé a llamarlo, con un grito que ya empezaba a competir con las palabras del Mesías,"¡¡¡Bravo¡¡¡"; el orador seguía hablando y yo no me daba cuenta de la coincidencia. Los asistentes al mitin ya respetaban un silencio venerable y lucían embelesados por el verbo del sol. Y yo, seguía llamando a mi amigo,"¡¡¡Bravo¡¡¡". Hasta que un espectador me dijo, "compadrito, ya pues déjalo hablar...". Y entonces me dí cuenta. Finalmente encontré a mi amigo Bravo y les juro que quería explicarle a la gente la situación y aclarar que no era un áulico más del gurú.
(alfredo guerrón).
(alfredo guerrón).

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